Ni Nadie Ni Alguien

Por Iva May el 24 de noviembre

Traducido por Rocío López

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¿Alguna vez te jalaron «la alfombra?» El apóstol Pablo jala la alfombra de debajo de toda la humanidad con su declaración: «No hay justo, ni aun uno» (Rom. 3:10).

En Romanos 2-3, Pablo confronta a los dos grupos que conforman todas las personas del mundo:

Aquellos que nunca han oído hablar de la ley de Dios: «Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán» (2:12). Aunque no tienen la Ley, su conciencia actúa como ley para ellos: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos» (2:14-15). Todo hombre tiene una conciencia dada por Dios que actúa como un estándar justo. La culpa, el miedo y la vergüenza son evidencias de una conciencia violada. La conciencia revela al hombre su necesidad de un Salvador.


Aquellos que han tenido la ley y la circuncisión de Dios: «y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados» (2:12). La ley exige una obediencia perfecta: «porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.» (2:13). Ningún hombre guarda la ley perfectamente. La circuncisión no impide que un hombre peque. Por lo tanto, el hombre necesita más que la ley y la circuncisión; él necesita un Salvador.

Tanto la conciencia como la ley responsabilizan a todos los hombres ante Dios, «para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios» (3:19).

Pablo concluye su discurso sobre la terrible situación de todos los hombres,

“Como está escrito: no hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.» (3:10-12, énfasis agregado).

Afortunadamente, Pablo no deja al hombre ahogado en su pecado y sin esperanza; él arroja un salvavidas: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia… a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (3:21-22, 25, énfasis agregado). Por la fe en Cristo, los pecadores culpables se hacen justos. ¡Escandaloso!

Pablo usa a Abraham como un ejemplo de cómo se ve esta fe. Abraham tenía la promesa de Dios con respecto a un hijo, pero también tenía una esposa estéril, lo que hacía imposible el cumplimiento de esta promesa; sin embargo, «Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido» (4:20-21). Para Abraham, tener una promesa de Dios también era tener su cumplimiento. La fe acreditó un hijo al útero estéril de la esposa de Abraham.

Ningún hombre sino Cristo puede producir la justicia que Dios requiere. Entonces, la fe en la muerte de Cristo por nuestros pecados y su resurrección por nuestra justificación atribuye la justicia a nuestras vidas estériles.

Preguntas de la lectura cronológica de la Biblia de hoy (Rom. 2:1 – 4:25):

¿Qué establece Pablo acerca de aquellos que pecan antes de que la ley sea dada y que pecan después de que la ley fue dada? ¿Qué establece él sobre el pueblo judío? ¿Sobre la circuncisión? ¿Sobre el propósito de la ley?


Abraham y la promesa que le dio Dios precedieron a la circuncisión y la ley; sin embargo, Dios lo declaró justo. ¿Cuál fue la base de esa declaración?

¿Cómo demuestra Abraham la justicia basada en la fe?

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